Entre cineastas que de manera equivocada repiten patrones, mandando al garete títulos que a priori atraen todas las miradas -Tirante el Blanco, de Vicente Aranda, es un ejemplo- y supuestas nuevas miradas que no lo son tanto -Remake, de Roger Gual-, carentes de emoción y garra, me quedo con AzulOscuroCasiNegro, de Daniel Sánchez Arévalo.
De cara al verano se espera un aluvión de estrenos nacionales que acentúan la diversidad de géneros y formatos. Un buen termómetro de cómo va la industria pudo ser el pasado Festival de Málaga al que, a partes iguales, le salen críticas de cacicada y valoraciones acertadas como escaparate del cine español a estrenar en el segundo trimestre del año.
Tres largometrajes se repartieron los premios del palmarés: AzulOscuroCasiNegro, con el que Daniel Sánchez Arévalo concilió a crítica, jurado y público, Un franco, 14 pesetas, emotivo debut en la dirección del actor Carlos Iglesias, y La dama boba, apuesta de Manuel Iborra en una industria que no contempla a los clásicos –salvando una excepción cada década, como El perro del hortelano, de Pilar Miró-. El galardón de mejor película correspondió a una correcta pero no espléndida Los aires difíciles, de Gerardo Herrero, y el de mejor director a David Trueba por Bienvenido a casa...
¿Pastel para todos? Al menos esa es la sensación que nos queda de un evento que en 9 años se ha consolidado como la cita más importante de nuestro cine después de los premios anuales de la Academia. Imanol Arias, presidente del jurado del último certamen malagueño, destacaba la selección cuidada e interesante de un festival en el que ‘ganas viniendo y luego, si hay un premio, pues eso que te llevas’. Sólo hubo un premio por unanimidad, el de mejor actriz a Silvia Abascal (La dama boba) aclarando que en un jurado de siete personas, ‘gana una película y la segunda no gana, pero tampoco pierde’. Las palabras del actor servían para justificar la ganadora oficial y el triunfo un tanto amargo de otra ‘la que todos imaginamos, que ha estado muy cerca’, refiriéndose a la ópera prima de Sánchez Arévalo, ‘un joven director que surge aportando una nueva mirada’.
Sobre las carteleras van goteando excelentes trabajos de directores debutantes y títulos más mediocres de cineastas bien conocidos por el público, incapaces de arriesgar aunque esto no va con Iborra (El tiempo de la felicidad), responsable de la sobresaliente versión del clásico de Lope de Vega. Del segundo grupo no destacaremos a ningún cineasta aunque del primero nos quedamos con Carlos Iglesias que elabora en Un franco, 14 pesetas un sentido y divertido retrato de la emigración española a finales de los años 60.
Roger Gual (Smoking room) y Sigfrid Monleón (La isla del holandés) seguirán imprimiendo su sello a productos audiovisuales interesantes pero de dudosa aceptación por el público: el primero nos llevará a una masía catalana por medio de Remake que relata un encuentro entre jóvenes y sus progenitores rodado en alta definición y con pocos medios, salvo la materia humana que aportan los actores; Monleón por su parte propone un comprometido retrato de tres generaciones a través de un medio de locomoción tan usual como alternativo, La bicicleta.
El género documental continúa ganando adeptos y prueba de ello es el estreno en mayo de Estrellas de la línea, la visión de Chema Rodríguez sobre un grupo de mujeres que hacen la calle en Guatemala y forman un equipo de fútbol. También se colarán en las carteleras Objetivo: Irak, ofreciendo una visión de los iraquíes como pueblo, y Aguaviva, que recoge la experiencia de un pueblo de Teruel cuyo alcalde pretende revitalizar ofreciendo casa y trabajo a inmigrantes.
Y no queremos olvidarnos de la animación que goza de buena salud: después del estreno de Gisaku hace unas semanas, le llega el turno a El guerrero sin nombre, confirmando el interés de la industria por un sector que poco a poco ha ido dando frutos.
Texto escrito por Daniel Galindo.
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