Divertimento sí, pero con sustancia. La escena no es ajena a su entorno y se 'moja', apostando por ser algo más que un mero vehículo de transmisión de la realidad social.
José Luis Gómez, responsable de La Abadía, suele decir que el teatro es intercambio: 'lo que das, lo que te dan'. Y nosotros apuntamos que el teatro es también lo que pedimos: más compromiso, más crítica y más conciencia. La amarga realidad muere y resucita de manera incesante en cada función gracias a la labor de los que no quieren que los reveses caigan en el olvido.
Es el caso de las guerras civiles y los genocidios que han llegado a la cartelera gracias a la fuerza del monologo: una persona sin nombre procedente de un mundo privilegiado acaba en un país en guerra sin poder poner freno a La fiebre; una italiana que no podía creer lo que ocurría a unos cientos de kilómetros de su casa nos introdujo en el drama de los Balcanes con A de Srebrenica; La caricia de Dios. Ruanda 1994 nos descubrió que en el país de las 1.000 colinas se repartieron una noche más de 500.000 machetes con el objetivo de sesgar la vida de los que en un futuro serían hombres y mujeres.
Lo que era patrimonio de los teatros alternativos ha pasado a los grandes escenarios, gracias a los vientos que soplan en espacios de creación como el Centro Dramático Nacional (escalofriante el Himmelweg de Juan Mayorga, recordando el holocausto judío) y el Teatro Español: sus esfuerzos por poner en pie En casa / En Kabul son merecidos al poder disfrutar de la palabra de Vicky Peña, medio para viajar hasta tierras desdeñadas con nombres exóticos y futuros imposibles. Otros echan la vista atrás y rescatan pasajes olvidados de la 'nueva España' de 1939 como el drama de Las 13 rosas, llevado a escena por la compañía de danza Arrieritos.
El actor Adolfo Fernández es uno de los que se posicionan al frente de lo que podemos llamar 'teatro político': junto a Cristina Elso mima K-producciones, la pequeña factoría de la que han salido títulos tan interesantes como Yo, Satán, con la que metieron la llaga en las corruptelas de la Iglesia Católica más política. Sabe que muchos le ven como un loco al invertir en teatro con fuerte carga ideológica. Uno de sus referentes es Darío Fo, capaz de hundir el teatro a carcajadas y meter la cuchillada cuando más se ríen para que se les congele la mueca. Con Aznar reivindicó a un antisistema como Pasolini; durante la guerra en Irak obtuvo los derechos de En tierra de nadie y cuando se habla del desmembramiento de España se atreve con Millán Astray, 'el gran fascista y el gran esperpento del nacionalismo'.
Resulta curioso que muchos actores tomen las riendas de sus propios montajes: que su criatura se malee lo menos posible es lo que les impulsa a hacerse responsables de propuestas más personales en las que se atisban sus ideales. Es el caso de Blanca Portillo y de Leo Bassi, cada uno a su modo. El interés por comunicar un hecho, por compartirlo, es lo que llevó a Josep María Pou a emprender una aventura como productor, adaptador y director de La cabra o ¿quién es Silvia?. La soledad, la incomprensión y la falsa moral son las herramientas con la Edward Albee construyó este texto, casi las mismas con las que Patrick Marber entraba de lleno en el inestable terrenos de las relaciones sentimentales, condicionadas por el deseo y la dependencia con Closer.
Son dos ejemplos más de cómo el teatro refleja el ritmo frenético al que está sometido la sociedad occidental y los males que genera, pero no son los únicos: Rebeldías posibles nos habla de cómo los granos de arena hacen montañas; Como abejas atrapadas en la miel saca a la luz la cultura del éxito a toda costa; Un enemigo del pueblo actualiza la crítica a la democracia y la corrupción en todos los sectores de nuestro bien instalado primer mundo; y Marat-Sade arremete contra los principios de la revolución y nos invita a mirar las cosas con otros ojos, en la línea de otros montajes de Animalario como Hamelin y su mirada a la pederastia y la Plataforma a la que nos sube Calixto Bieito para observar los avatares del turismo sexual según Houellebecq.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
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